La discusión ética en la filosofía clásica 4.5. EL IDEAL DE FELICIDAD DEL HOMBRE VIRTUOSO: LA VIDA ACTIVA ¿Te has planteado alguna vez usar tu inteligencia, no solo para resolver problemas de matemáticas, sino también para alcanzar el bienestar emocional y físico, mejorar tus relaciones con los demás, aumentar tu satisfacción contigo mismo y con la vida, y salir airoso de las encrucijadas que a buen seguro la vida te deparará? El ideal de felicidad que Aristóteles nos propone tiene bastante que ver con eso, añadiéndole además la necesidad de educar los deseos a través de las virtudes éticas, pues la felicidad consiste en lograr la interrelación adecuada entre la inteligencia o razón y nuestros deseos. Este ideal de felicidad se basa en la excelencia, en el ejercicio de la racionalidad práctica y solo se puede dar en la polis, pues es ahí donde tienen lugar las relaciones e interacciones con los demás (familiares, amistades y conciudadanos), de las que dependen en buena medida nuestra felicidad y nuestro perfeccionamiento como seres humanos. En efecto, ellas ofrecen la formidable oportunidad de ejercitar la racionalidad, de perfeccionar al máximo las capacidades y potencialidades que la naturaleza ha dado al ser humano, y de desarrollar todas las excelencias de su alma. Este ideal de felicidad no implica renunciar a las pasiones, ni a las emociones, ni a las inclinaciones naturales humanas, pero sí ajustarlas a la razón para lograr un cierto equilibrio duradero. Esto se consigue modelando el carácter (êthos) mediante la adquisición de las virtudes éticas. La felicidad consistirá entonces en llevar una vida virtuosa, lo que significa actuar con justicia y equidad en nuestro trato con los demás, cultivar relaciones de amistad saludables, enriquecedoras y constructivas, participar en la vida pública como buen ciudadano de la polis, etc. Aristóteles dedica la mayor parte de la Ética a Nicómaco a reflexionar sobre este ideal de vida feliz que encarna el hombre virtuoso, y que se basa en la adquisición de tres bienes: a) las virtudes éticas, b) la sabiduría práctica y c) los bienes exteriores. A diferencia de estos últimos, las virtudes éticas y la sabiduría práctica son «bienes del alma» o interiores. a) Las virtudes éticas Las virtudes éticas son buenos hábitos que se adquieren a lo largo de la vida mediante el esfuerzo, entrenándonos en la repetición de acciones buenas, y mediante una educación adecuada. Porque no es simplemente conociendo la justicia como se hace uno justo –como proponían Sócrates y Platón–, sino repitiendo y repitiendo acciones justas, hasta acostumbrarse a obrar justamente y «aficionarse» a la justicia. Una vez adquiridas, las virtudes éticas se «enraízan» en nuestro carácter y nos predisponen a realizar buenas acciones, y así es como acabamos educando nuestros deseos. Por eso las virtudes éticas son para Aristóteles excelencias del carácter (êthos). Ejemplos de virtudes éticas son, además de la justicia, la valentía, la amistad, la moderación, la generosidad, la magnanimidad, y otras muchas cualidades que el ser humano puede y debe desarrollar para vivir plenamente como humano y ser feliz. Lo contrario de las virtudes éticas son los vicios. Se trata también de hábitos adquiridos mediante la repetición de acciones que «arraigan» en el carácter; pero en este caso nos predisponen para elegir lo contrario del bien, apartándonos de la excelencia humana y de la felicidad. Ejemplos de vicios serían la cobardía, la temeridad, la tacañería, la irascibilidad, la vanidad, el exceso en el hablar, etc. Las virtudes éticas están vinculadas con la razón por la regla del término medio, a la que deben ajustarse las acciones, pasiones y deseos del alma. Aristóteles considera que la virtud ética reside en el término medio, determinado por la razón, entre los dos extremos de una pasión o una acción: uno por exceso y otro por defecto. Por tanto, para cada pasión y para cada acción hay una virtud, que es el término medio, y dos vicios, que son los extremos. 79 4 Diálogo
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