Historia de la Filosofía 2 BACHILLERATO

La modernidad: el problema del conocimiento El mejor de los mundos posibles Leibniz señala que nuestro mundo, aquel en el que vivimos, es tan solo uno más de entre los muchos mundos posibles que podrían haber existido. Para que un mundo sea posible basta con que no contradiga las leyes de la lógica, es decir, con que sea coherente en sí mismo. Nuestro mundo es posible del mismo modo que lo son muchos otros que no han llegado a establecerse, pero que podemos llegar a imaginar. El número de mundos posibles es, de hecho, infinito, pues cada uno de ellos puede distinguirse de los otros en apenas un mínimo detalle. Bastaría con que las mónadas se hubiesen ordenado de otra forma para que nuestro mundo hubiese sido distinto a como es. Con respecto a esto, Leibniz defiende que el mundo en el que vivimos es, de entre todos los mundos posibles, el mejor, ya que ha sido escogido y creado por Dios después de contemplar todas las posibilidades a su alcance. Es Dios el que ordena las mónadas con el objetivo de que formen el mundo tal y como es. Pero si nuestro mundo es el mejor de los mundos posibles, ¿cómo se justifica entonces la existencia del mal? ¿Por qué Dios no ha creado un mundo en el que hubiese solo bondad? ¿No sería ese mundo mejor que el nuestro? Según Leibniz, Dios podría haber creado un mundo perfecto, pero entonces no habría ninguna distinción entre el mundo y Dios, pues solo él es absolutamente perfecto. Por lo tanto, tiene que haber una razón lógica por la cual Dios haya decidido crear el universo de la forma en la que lo ha hecho. En este punto, Leibniz señala que, para poder conocer el bien, es necesario previamente haber conocido el mal. No es que nuestro mundo sea absolutamente bondadoso, sino que es el mejor precisamente porque es aquel en el que, de entre todos los mundos posibles, hay una mayor diferencia entre la cantidad de bien y la cantidad de mal existente. De hecho, Leibniz señalará que no cabe atribuir a Dios la existencia del mal moral, pues este se debe únicamente a las acciones de las personas, del mismo modo que tampoco debemos atribuirle a él el mal físico, es decir, el sufrimiento, pues lo que importa es el balance final, el hecho de que haya más bien que mal. Las ideas innatas y los principios de no contradicción y de razón suficiente A pesar de estar considerado un autor racionalista, el pensamiento de Leibniz coquetea ligeramente con la corriente empirista y, en cierto sentido, podríamos decir que este autor supo anticiparse a parte de las tesis defendidas por Kant casi un siglo después. Igual que John Locke, Leibniz afirmará que el conocimiento ha de empezar con la experiencia, aunque no lo limita tan solo a ella, como sí que haría el pensador inglés. De hecho, Leibniz negaba la tesis de Locke de que la mente es una tabula rasa, aceptando la existencia en el alma de ciertos principios innatos que, por mucho que necesiten de la experiencia para activarse, siguen siendo independientes de ella. Podríamos decir, por tanto, que Leibniz adopta una postura intermedia entre Descartes y Locke, puesto que afirmará, por una parte, que la actividad del alma es algo innato y previo a la experiencia y, por otra, que hay conocimientos que necesitan de la experiencia para ser activados. A la postura de Leibniz sobre las ideas innatas se la suele denominar innatismo virtual. Sin embargo, a la hora de hablar de la existencia en nuestra mente de ideas innatas, Leibniz se distanciará también de Descartes y establecerá que todos venimos al mundo con conocimiento, pero no se trata de un conocimiento consciente, sino solo potencial, y será la experiencia la que deba encargarse de ejecutarlo. Es decir, no hay nada en la mente que virtualmente no estuviera ya contenido en ella. No somos una hoja en blanco sobre la que la experiencia deba ir escribiendo, sino, más bien, un cúmulo de potencialidades que debemos ir activando. En este punto de la explicación, se hace necesario mencionar la distinción que realiza Leibniz entre dos principios fundamentales: el principio de no contradicción, que produce proposiciones necesariamente verdaderas, denominadas verdades de razón, y el principio de razón suficiente, que nos conduce a las verdades de hecho, cuya verdad no es necesaria, sino tan solo probable. Todos nuestros razonamientos estarán basados en estos dos principios y estarán compuestos por estos dos tipos de verdades. Representación en escala logarítmica del universo observable. Pablo Carlos Budassi. 189 9 Diálogo

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