Historia de la Filosofía 2 BACHILLERATO

La modernidad: el problema del conocimiento Leibniz entendía que el proceso de división de la materia no puede quedar detenido en ningún punto, sino que debe proceder hasta el infinito. Por tanto, no nos queda más opción que rechazar el concepto de átomo tal y como se entendía en aquel momento, algo en lo que el pensador alemán coincidirá con la filósofa anglosajona Margaret Cavendish, como veremos más adelante. Es ahí cuando Leibniz comienza a hablar de las mónadas, a las que define como las entidades más pequeñas que conforman el universo, pero que no tienen extensión ninguna, pues si la tuviesen no serían la parte más pequeña a la que podríamos llegar, ya que toda materia es siempre divisible. Al rechazar la extensión como uno de los atributos fundamentales de la sustancia, lo único que le queda es el pensamiento: cada mónada es un alma en sí misma, una especie de átomo espiritual o metafísico que, unido a todas las demás mónadas, constituyen el ente intelectual que es el universo. Por tanto, lo que tenemos es una infinidad de sustancias, postura que recibirá el nombre de pluralismo. A pesar de ser ellas mismas inextensas o inmateriales, Leibniz señalará que la asociación de muchas mónadas será lo que acabe generando la materia, de tal manera que absolutamente todos los cuerpos materiales están constituidos por una conjunción de mónadas, de entre las cuales habrá una superior que domine sobre las demás. En los seres humanos, esta mónada dominante recibirá el nombre de espíritu. Manuscrito de Leibniz. Archivo Hanover. COMENTARIO DE TEXTO «(1) La Mónada, de la que vamos a hablar aquí, no es sino una sustancia simple que entra en los compuestos; simple quiere decir sin partes. (2) Es, empero, preciso que haya sustancias simples, puesto que hay compuestos; pues lo compuesto no es sino un montón o aggregatum de simples. (3) Ahora bien, allí donde no hay partes, tampoco hay extensión, ni figura, ni divisibilidad posibles. Y estas Mónadas son los verdaderos Átomos de la Naturaleza y, en una palabra, los Elementos de las cosas.» G. W. Leibniz. Monadología, proposiciones 1-3, Pentalfa Cuestiones 1. Explica la tesis que defiende el autor en el texto. 2. Analiza y explica la estructura y las ideas que la componen. 3. Busca información sobre el concepto actual de «átomo». ¿Qué diferencias encuentras con las mónadas de Leibniz? Las mónadas son los centros de fuerza o átomos metafísicos que constituyen la realidad, los elementos que conforman todas las cosas, y todo lo que hay no es más que un conjunto de mónadas. Aunque no hay dos mónadas iguales, cada una de ellas es perfecta en sí misma, está totalmente separada de las demás y constituye una especie de espejo de todo el universo. Por tanto, podríamos decir que cada mónada representa todo lo que hay. Sin embargo, al ser solo una parte del todo y no el todo mismo −pues entonces sería indistinguible de Dios−, tiene el problema de que representa a ese todo de forma confusa. Nos surge ahora un problema evidente: si cada mónada está separada de las demás y no interactúa ni se comunica con las otras, ¿cómo es posible que se unan entre sí para dotar al universo de la forma ordenada que parece tener? Es ahí donde entran en juego la figura de Dios y la teoría de la armonía preestablecida. Según establece Leibniz, es Dios el que se encarga de programar a cada una de las mónadas, a las que convierte en mecanismos perfectos y exactos. Del mismo modo que muchos relojes bien programados dan la hora al mismo tiempo sin necesidad de entrar en contacto los unos con los otros, las mónadas, al ser perfectas en sí mismas, actúan como un mecanismo eficazmente engrasado que nos permite ser conscientes del orden que percibimos en el universo. No es que las mónadas actúen de manera conjunta de una forma consciente, sino que, a pesar de no poder comunicarse entre sí, el hecho de ser perfectas es lo que les permite actuar conjuntamente y dotar al mundo del orden que percibimos en él. En el universo, por tanto, no queda lugar para el azar. Esta teoría, a su vez, es utilizada por Leibniz para argumentar a favor de la existencia de Dios. Según él, la percepción de una armonía en el universo tan solo puede obedecer a la existencia de una única y primera causa exterior que, gracias a su omnipotencia, haya logrado regular de una forma perfecta a todas las mónadas que constituyen dicho universo. La teoría de la armonía preestablecida está íntimamente vinculada con la otra gran afirmación que realizará Leibniz: la afirmación de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. 188 9 Diálogo

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