Historia de la Filosofía 2 BACHILLERATO

La modernidad: el problema del conocimiento Los argumentos que Descartes formula son los siguientes: • Primer argumento. Todos poseemos en nuestra mente la idea de un ser que es infinito, pero yo soy un ser finito; por tanto, esa idea tiene que haber sido puesta en mí por alguien que cumpla con esa característica, pues el efecto −la idea que yo poseo− no puede ser mayor que aquello que la ha causado. Si yo poseo y comprendo la idea de infinito, la causa de esa idea tiene que ser infinita. Y esa causa no puede ser sino un ser infinito, al que identificamos con Dios. • Segundo argumento. También poseo la idea de perfección, que necesariamente tiene que haber sido provocada en mí por un ser perfecto. Siguiendo esta misma línea, tengo que afirmar, a la vez, que Dios, que es perfecto, tiene que ser la causa de mi ser, puesto que si yo fuese causa de mi propia existencia −es decir, si yo me hubiese creado a mí mismo−, me habría dado todas las perfecciones que conozco y que, sin embargo, no poseo. • Tercer argumento. Se trata de una variación del argumento ontológico de Anselmo de Canterbury. Recordemos que, según Descartes, todos los seres humanos poseíamos, de forma innata, la idea de Dios como un ser absolutamente perfecto, un ser del que no podemos pensar que hay algo mayor que él. Sin embargo, si ese ser existiese solo en el pensamiento, sí podríamos imaginar un ser mayor: aquel que poseyera la cualidad de la existencia. Por tanto, dicho ser tiene que existir más allá de nuestra mente. En otras palabras, podríamos decir que, si concebimos a ese ser como absolutamente perfecto, necesariamente tiene que existir, pues la existencia es más perfecta que la inexistencia. Una vez demostrada la existencia de Dios, el siguiente paso es demostrar la existencia del mundo exterior. Y esta demostración es, en este punto, relativamente sencilla: si Dios existe, como es un ser absolutamente perfecto y bondadoso, no me puede estar engañando acerca de la existencia del mundo. Por tanto, el mundo tiene, necesariamente, que existir. La existencia de Dios garantiza la verdad de la realidad extramental. Las tres sustancias, el mecanicismo y la libertad En este momento, podemos establecer por fin las tres sustancias cuya verdad parece haber demostrado el método cartesiano: Dios, alma y mundo. La deducción ha tenido éxito: la primera verdad, «pienso, luego existo», demuestra mi propia existencia como sujeto que piensa. Yo soy, pero no sé todavía si soy un algo material; soy alma, soy una cosa que piensa, una res cogitans. Ya tenemos ahí la primera sustancia. A la segunda de ellas, Dios (res infinita), hemos llegado a partir de las ideas innatas, que son parte del contenido de mi pensamiento, que es aquello que me define en tanto que sujeto. Y si Dios existe, como es infinitamente bondadoso, no me puede estar engañando acerca de la existencia del mundo; así pues, el mundo tiene que existir. He aquí, por fin, la tercera gran verdad, la tercera sustancia: las cosas materiales, es decir, el mundo que me rodea, al que mi cuerpo pertenece; hablaremos, en este caso, de una sustancia extensa, una res extensa. Pero ¿qué es una sustancia? Para Descartes, una sustancia es aquello que es, aquello que existe, un ámbito de la realidad. Si hay tres sustancias, significa que hay tres ámbitos de realidad diferentes. Esta definición, sin embargo, tiene un ligero matiz. En un principio, Descartes define la sustancia como aquella cosa «que no tiene necesidad más que de sí misma para existir», una definición que, estrictamente hablando, se limita únicamente a Dios, pues solo Dios puede existir por sí mismo. Para salvar esta dificultad, Descartes señalará que podemos considerar como sustancia todo aquello que no necesita de nada más, excepto de Dios, para existir. De este modo, queda justificada la existencia tanto de la res cogitans como de la res extensa. Con respecto a la res extensa, Descartes establece una distinción entre cualidades primarias y secundarias, algo que también adoptará para su propia teoría el filósofo inglés John Locke, aunque este lo enfocará desde un punto de vista empirista. Las cualidades primarias son aquellas características que, al observar la realidad, distinguimos de forma clara y distinta. Por ejemplo: la extensión, el movimiento y la figura, cualidades cuya verdad no depende del sujeto, sino que son objetivas, cuantificables. En cambio, aspectos como el color, el olor, el tacto, etc., no se encuentran en el objeto, sino que dependen exclusivamente del sujeto; son, por tanto, subjetivas. Que sean subjetivas implica que su verdad no es demostrable. Estas últimas conformarían las cualidades secundarias de la res extensa. Las primeras dependen de la razón; las últimas, únicamente de la sensación, y precisamente por ello su verdad es indemostrable, ya que, en realidad, al ser subjetivas, no nos dicen nada sobre el mundo, sino tan solo sobre nosotros mismos. 182 9 Diálogo

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